Sentada en un escalón de piedra, esperando que alguien, por una vez, se fije en ella.
Siente los rayos del sol alumbrando su rostro. No entendía, como de repente, todo había adquirido un tono rosáceo de felicidad, aunque efímera. Con el rencor y la rabia escondidos, en una catacumba en las profundidades de aquel, en apariencia, amable ser, que era ella.
Siempre solitaria, imaginaba un mundo mejor, pensaba hacer muchas cosas, tantas, que no sabía si le iba a dar tiempo de hacerlas todas.
Trece años más tarde, se despertaba esa niña hecha mujer. Abría los ojos sin esperar encontrar gran cosa al otro lado. En su mundo, donde las cosas se mueven más despacio de lo normal, vivía ahora la muchacha.
Ya no le importaban los rayos del sol, ni los sueños, que tantas noches le robarían una sonrisa mientras los imaginaba. Ya no le importaba nada.
Resquebrajada, como un espejo viejo, carcomido por el óxido, despues de haber pasado años en la oscuridad de un desván húmedo y polvoriento. Abandonada, como aquel calcetín que, inexplicablemente, se perdió y se encontró años despues debajo de la cama. Olvidada, como se olvidan los sueños embriagadores, que regalan dicha una noche y al amanecer nadie puede ya contarlos.
Al verla, la inocencia se queda boquiabierta, en contemplar al ser que acapara toda su existencia. Es única. Frágil. Como una muñeca de porcelana, que con sus pequeños detalles, deleitan a los curiosos, que deciden posar sus miradas en ella.
Pero por dentro es soledad. Derrota. La cueva profunda llena de oscuridad. El lugar donde suceden los momentos más angustiosos de las pesadillas y los terrores nocturnos. Donde un ser endiablado consume su vida lentamente.
'No puedes, no lo conseguirás, no lo intentes' le repite una y otra vez incesantemente, día tras día. El miedo la consume.
Sus ojos tristes me miran y me gritan en silencio y con desespero, que le devuelva ese rayito de sol que antaño le hacía recobrar la esperanza.
No puedo, no se donde encontrarlo. Se desvanece entre mis manos su cuerpo de porcelana.
-Muñeca rota, no me abandones. Si he de escalar las montañas más altas para traerte lo que hace que recobres la esperanza lo haré, pero no me dejes!
Al escuchar mi llanto desesperando se detiene, su mirada me inquieta, acerca sus labios pálidos a mi rostro empapado de sal de lágrima y me susurra con voz quebrada:
-Y en mi corazón no ha de caber, como en el cielo no ha cabido una estrella, una risa, que al parecer, era de princesa y no lo es, sino de tragedia
Desvanezco. Sale el sol y me da tregua, hasta que el anochecer traiga de nuevo, ante mí, los abismos donde juega a ser paladín, ella, la guardiana de su cueva.
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