jueves, 16 de julio de 2015
Mi último día
Abandonado, la suave brisa de la madrugada y el sonido que provoca al bailar con la hojarasca traen a mi memoria los estruendosos gritos que ya me dieron tregua para siempre, por fin.
No recuerdo en que momento acabé siendo un alma apenumbrada, arrastrando la maldición de ser quien soy sin siquiera haberlo pretendido.
Mi cuerpo desnutrido casi se desvanecía con cada caricia que la brisa mañanera me regalaba. Había días, en que la tristeza me consumía un poquito más, era como una alimaña alimentándose de los resquicios de momentos felices que me quedaban en lo mas hondo de mi ser. Dolía más que el hambre.
Estaba solo, olvidado. Cuando él se dignaba a acordarse de mi, era de mala gana. Su mirada de desden me atravesaba el alma como si fuesen cien cuchillos afilados y lanzados sin piedad.
Las magulladuras alrededor de mi cuello se habían convertido en heridas con el tiempo, heridas que convivían como parte de mi. El lastre de arrastrar una soga de hierro pesada me recordaba cada día, que en la vida, por muy pesada que sea tu carga, nunca has de perder la fe.
Un caminito de tierra se había formado de los paseos diarios que daba para apaliar el aburrimiento, por dar sentido al caminar, aunque fuese muy corto el paseo.
Admiraba el canto de los pájaros, me alegraban con sus melodías que, aunque aveces eran poco armónicas, estaban llenas de vida. Me imaginaba como sería alzar el vuelo, salir de mi cuadrado de arena sucia, dejar a tras la inmundicia y ese fondo grisaceo que siempre me acompañaba, notar el aire puro y limpio en mi rostro y sacar la lengua para notar más intensamente el fresco, libre, sin cadenas ni condenas.
Un día, sin saber porqué, pasé de ser un trasto viejo olvidado, a ser un trasto viejo que estorba. Su mirada estaba llena de ira y derrota, mis ojos asustados rehuían de encontrarse con los suyos. Un agarrón del pescuezo me incitó a salir del recinto, agradecí por un instánte el sentir los rayitos del sol aliviando mi eterna oscuridad diaria, olí el aire, olía distinto, a hierva, a flor, a topo..
Entre tirones me dirigió al monte.
Pocos minutos despues sentí el frio desgarrador de la muerte.
Toda mi vida viví rodeado de inmundicia y hoy me ahogó la agonía, mi grito es ahora mudo y nada puedo hacer por evitarlo. Se apoderó de mi ser como si no valiese nada, temblé, sí, tuve miedo.
No entendía el porqué de esa macabra manera de morir, mis ojos aterrorizados reflejaron mi pánico, pero no dije nada y ya no puedo gritar. Nunca podré explicar ya, quien fue y porque lo hizo, aunque esto último no lo podría jamás explicar ni aún pudiendo hacerlo.
No puedo decir que el anhelo de los que me querían me preocupe, no me pude despedir de nadie y nadie me echará de menos.
Mi cuerpo llace en mitad de la nada, pero mi alma vagabundea amparando a otras muchas que como yo, solo han vivido la cara amarga de la vida.
Tantas almas tristes hay por este mundo, que como maestros enseñan sin decidirlo ellos, lo que es amar, anhelar, respetar y aprender de los demás. Nadie se fija en ellos, pasan desapercibidos como sombras, quizás es porque no tenemos la luz de la belleza y el don de destacar nos abandonaron antes de nacer. Solo aquellas personas que ven más allá saben valorarnos.
Personas valientes que rescatan, que se sacrifican por cuidar y educar, almas caritativas que donan y encuentran su satisfacción en la de los demás. Esas personas encienden nuestras luces y nos enseñan la belleza y nuestro don de destacar. Son esas personas que llenan el mundo de esperanza y que a los que, como yo, no lo consiguieron, siguen luchando por nuestra causa y por nuestra dignidad.
Mi cuerpo llace en mitad de la nada, sólo y sabiendo que nadie me echará de menos. Pero mi alma está con ellos.
No al maltrato animal.
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